miércoles, 14 de diciembre de 2011

Gente en las alcantarillas... por Tony Fuentes


GENTE EN LAS ALCANTARILLAS
Por Tony Fuentes


                                                            Y todo esto será principio de dolores.
                                           Mateo 24:8

                                                I
Un hombre viajaba en tren desde Madrid al norte de España. Esa misma tarde había recibido una llamada telefónica: su padre se encontraba muy enfermo y no parecía que fuera a sobrevivir. En cuanto el hombre colgó el teléfono salió disparado hacia la estación. Mientras hacía cola para sacar los billetes una mujer entabló conversación con él. La mujer necesitaba dinero, decía, porque su hija había fallecido recientemente y quería resucitarla. Cuando el hombre, dándose cuenta de que la mujer estaba completamente loca, se negó a darle dinero, la mujer le amenazó. Ya en el tren se quedó dormido. En el sueño estaba encerrado en una cueva y seres extraños a los que no podía ver le propinaban descargas eléctricas. Cuando despertó creyó ver a la mujer de la estación a través de su ventanilla, danzando en el campo nocturno. El hombre sacudió la cabeza y volvió a dormirse. Cuando el tren llegó a su ciudad natal su padre ya estaba muerto.

II
Un enfermero de El Ferrol rompe esa misma noche con su novia. Regresan de la boda de un amigo común y empiezan a discutir muy fuerte mientras ella conduce. En un momento dado el coche está a punto de salirse de la carretera y estrellarse contra un concesionario de autocaravanas, pero ella, aun ahogándose en lágrimas, recupera el control del vehículo y lo detiene en el arcén. No hay más coches a la vista, tampoco luces. Ella le pide a él, a gritos, que abandone el coche y su vida. Él obedece sin rechistar, mostrándose orgulloso. Apenas ha bajado a la carretera el coche sale despedido hacia la oscuridad. De repente el enfermero se da cuenta de que está solo. Desde el concesionario de autocaravanas le llegan soplidos y voces.

III
Cada año cientos de personas desaparecen en medio de carreteras y autopistas. Sus vehículos son encontrados en algunas ocasiones y en otras no. Los desaparecidos regresan unas veces y otras no. Cuando regresan son incapaces de adaptarse a los ritmos de la vida diaria: como zombis haitianos, deambulan día y noche con la mirada perdida en el horizonte de asfalto.

IV
Un hombre toma un tren en El Ferrol con destino Madrid. Ha estado todo un día vagando por la ciudad gallega y en el momento de tomar asiento en su vagón no conserva el más mínimo recuerdo de haberlo hecho. Toma una revista abandonada en el asiento de enfrente y empieza a hojearla. La revista es de decoración de interiores. Pasa las páginas sin interés y con la misma indiferencia contempla las fotografías a toda página de casas decoradas de forma ininteligible para él. Esto le lleva a pensar en su infancia en una aldea leonesa completamente desierta. Su abuela le hacía acompañarle al cuarto de la caldera. Cuando las llamas empezaban a consumir la leña, un suspiro se escapaba del aparato. ¿Qué es eso?, preguntaba él. El Fantasma de la Caldera, contestaba la abuela.

V
Es domingo de elecciones. Los colegios electorales todavía están cerrados a cal y canto, y un coche patrulla se detiene delante de cada uno de ellos, las luces oscilando silenciosamente. Aún es de noche. Uno de estos colegios es dejado atrás por un camión renqueante. El conductor está asfixiándose mientras llora en silencio.

VI
El cadáver del enfermero fue hallado tres días después. En Los Santos, Almería, a más de mil kilómetros del lugar donde desapareció. Llevó varias semanas identificarlo. Nadie reclamó el cadáver y, durante su traslado a El Ferrol para ser enterrado, volvió a desaparecer. Las autoridades le dijeron a la familia que darían con el cuerpo. Mintieron.

VII
En una gasolinera de Burgos, un coche patrulla se detiene. Permanece detenido durante muchos minutos antes de que sus dos ocupantes lo abandonen. Los dos policías se acercan a un camión estacionado no muy lejos de ellos, echan un vistazo, hacen sus comprobaciones. Después se miran y sin hablar deciden algo. Entran en el lavabo de caballeros de la gasolinera. De una de las letrinas sacan a dos hombres y una mujer. Los hombres están vestidos, pero con los pantalones por la rodilla, y la mujer está desnuda. Uno de los hombres está casado con la mujer. Los policías mandan a casa al matrimonio y ordenan al hombre que queda que se suba los pantalones. Después lo esposan y le informan de que está arrestado. El hombre, que es el propietario del camión, no protesta. Le meten en el asiento trasero del coche patrulla y suspira en silencio. El coche huele mal. Huele a heces y a caramelo.

VIII
Los colegios electorales abren sus puertas. En uno de ellos la multitud agolpada a la entrada irrumpe como un tsunami humano, precipitándose sobre las mesas. Cientos de manos enloquecidas manipulan frenéticamente las papeletas, cortándose las cutículas, amputándose los dedos que salen disparados. Alguien saca un cubo y una fregona y empieza a dar cuenta de la sangre que salpica el suelo en chorros pollockianos. Los presidentes y los vocales de la mesa no dan abasto. Alguien, puede que un vocal, lee el nombre del camionero arrestado. El presidente de la mesa se vuelve hacia él y anuncia: Mi padre murió ayer por la noche. El vocal se encoge de hombros y mira cómo el conserje escurre la sangre brillante en el cubo.

IX
Una mujer sale a la calle en la noche de las elecciones. Ya se sabe quién ha ganado, pero a ella no le ha interesado enterarse. Se encuentra con unas amigas, y unos amigos, con los que quiere celebrar su reciente divorcio. Para tal efecto van en primer lugar a un restaurante mexicano y a continuación a una cervecería irlandesa. La noche va estupendamente y las risas y las bromas gobiernan la reunión. La mujer decide retirarse a casa pues se ha hecho demasiado tarde y al día siguiente tiene que trabajar. Camina por la calle pensando en uno de sus acompañantes, uno especialmente atractivo, cuando un hombre de aspecto extraño le sale al paso, blandiendo una navaja no demasiado grande y exigiendo que le entregue todo el dinero. La mujer obedece rápidamente, pero el atracador cambia de opinión. La empuja hacia el interior de un callejón y allí la viola.

X
El hombre pasa la noche soñando con su padre muerto. En el sueño su padre le trata con frialdad; no le permite abrazarle, le habla desde la distancia. Datos acerca de crímenes, acerca del paradero de ciudadanos desaparecidos en extrañas circunstancias. Los dos hombres, padre e hijo, charlan tensamente acerca de otras cuestiones. El padre habla: hay cosas en la noche y en lo que la noche rodea que uno no conoce y aunque conociera no podría entender. Estoy durmiendo, se dice el hombre, y despierta. Sale de la cama tosiendo sangre: dos gruesos pegotes de color escarlata en el fondo del inodoro. En el camino al trabajo el metro se detiene: algunas personas comentan que varios individuos se han arrojado a las vías. El día en la oficina pasa lento y pesado. En los pasillos se escuchan voces hablando del resultado de las elecciones, pero cada vez que el hombre se asoma no logra ver a nadie.

XI
En un apartamento un gato merodea solitario. De la calle llegan sonidos de obra. Dentro del hogar retumban las cañerías a través de las paredes. El gato sigue el invisible descenso de las heces con la mirada. La puerta del dormitorio se abre, e irrumpe el fantasma de una mujer: no tiene labios ni párpados, el pelo casi arrancado del cuero cabelludo. El gato se oculta bajo la cama cuando el fantasma de la mujer corre hacia él con los brazos extendidos hacia delante y profiriendo un grito mudo.

XII
Sentado a una mesa de la cafetería de la oficina junto con otros hombres, el hombre come en silencio.

XIII
El Rey convoca a todas las españoles frente a la televisión. Son circunstancias extraordinarias. El hombre mira al Rey en la pantalla. Anuncia que tiene algo que decirnos. Intenta empezar, pero no puede: se interrumpe y se echa a llorar tapándose la cara con las manos.

XIV
Un hombre viajaba en tren desde Madrid al norte de España. Esa misma tarde había recibido una llamada telefónica: su padre se encontraba muy enfermo y no parecía que fuera a sobrevivir. En cuanto el hombre colgó el teléfono salió disparado hacia la estación. Mientras hacía cola para sacar los billetes una mujer entabló conversación con él. La mujer necesitaba dinero, decía, porque su hija había fallecido recientemente y quería resucitarla. El hombre la miró un momento, mientras hablaba, y le pareció reconocer en la mujer a una antigua amante. Al cabo de una fracción de segundo cayó en la cuenta de que no le recordaba a una amante, sino a un recuerdo distorsionado de su propia madre. Sintiéndose asqueado e incapaz de articular una excusa, se alejó mirando por encima del hombro a la gesticulante mujer. El tren salió puntual de la estación.





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