jueves, 29 de diciembre de 2011

Stalag-23... por Fco. Javier Pérez


STALAG – 23
por
Fco. Javier Pérez


"La catástrofe histórica más profunda y más real, la que determina en última instancia la importancia de todas las demás, reside en la persistente ceguera de la inmensa mayoría, en la dimisión de toda voluntad de actuar sobre las causas de tantos sufrimientos, en la incapacidad de considerarlos siquiera lúcidamente.
Esta apatía va a resquebrajarse en el transcurso de los años venideros cada vez con más violencia por el hundimiento de cualquier forma de supervivencia garantizada. Y quienes la representan y la nutren, cultivando un precario statu quo de ilusiones tranquilizantes, se verán barridos. La emergencia se le impondrá a todo el mundo, y la dominación tendrá que hablar al menos tan alto y claro como los propios hechos. Adoptará tanto más fácilmente el tono terrorista que le conviene cuanto que contará con la justificación de realidades efectivamente aterradoras. Un hombre aquejado de gangrena no está dispuesto a discutir las causas del mal, ni a oponerse al autoritarismo de la amputación."

(Editorial en Encyclopédie des Nuisances nº 13, julio de 1988)

***

 Doctor Einstein, puede usted ser la bandera preñada por un satélite
            usted
puede girar dervichiano con la cadencia de la célula, vueltas y otra vuelta más y en trance. Puede ser el abceso en las esquinas a las afueras de la ciudad bombardeada hasta la saciedad de cimientos y cadáveres de hace mil siglos borboteando como historias enmudecidas por el telediario. Como una buena intención.
Doctor Einstein, puede usted saberse dios. Quizá saberse
            solo
de pena sola y a ras de noche, rindiendo toda resistencia pasiva a la Mujer Lobo que el viaje en el tiempo le ha servido en bandeja. Pero el caso es que cuando los convidados de piedra llegan a la fiesta que su hermana ha montado para usted, esa fiesta que le parecía imposible por estar llamada a realizarse por encima y un poco a la izquierda de la coordenada de tiempo tradicional, todo empieza y acaba a la vez,
            porque ha resultado
            que el tiempo no es una dimensión a sumar a las otras tres
            sino que tiene sus propias tres dimensiones
            es esférico, además
            y todo momento es ahora
            ¿No le jode, doctor Einstein? Que el único modo de comprobar que estaba errado y de paso revolucionar la percepción científica, sea durante una orgía con Mujeres Lobo vestidas con uniformes de las SS, gritándole en germánico marcial y obligándole a bajarse los pantalones y enseñar ese blancucho culito judío suyo que a continuación van a fustigar, taladrando el ahora con una descacharrante y sicalíptica melodía de Wagner versionada en directo por un grupo de Drone Metal —sus amplificadores a tal nivel de saturación que las andanadas de graves provocan encogimientos del diafragma en los turistas cosmonautas que le están fotografiando para desmitificación futura, incluso a través del cristal antibalas de la pecera, desde el observatorio de esta celda 23 en el Stammlager de la mente-sueño—
            y eso entre sus piernas
            esa erección
            podría usted ser esa erección, o esa erección ser suya sin culpabilidad indexada, y nadie se lo tendría en cuenta. Ni siquiera Oppenheimer. Todos hemos leído alguna vez, en alguna parte, que precisamente la culpa de lo que le está pasando, herr doctor, fue suya, de Oppenheimer y su convertirse en la muerte destructora de mundos, destructora de hímenes superdimensionales. El metacontexto aúlla.
            Puede ser esa cara vieja y simpática que saca la lengua,
            en los pósters en las habitaciones de ciertos estudiantes de física. Pero los anarquistas que ahora le tienen preso por mor de la posteridad, telegénica y pornográfica y secuaz y conspiranoica, no le ven así. No, no le ven así para nada. Que los telediarios de la segunda guerra mundial cuenten lo que quieran. Esto le está gustando.
            Otro golpe de fusta
            más
            pide
            más, pide más, otro golpe de fusta. En cinco segundos, hace cinco segundos, cuando esté a punto de eyacular en vivo sobre el suelo de cemento de su celda, piense en si también le gustaría ser uno de los espermatozoides que aquí acaban de morir. Piense en cuán poca gente se reconoce a sí misma que les atrae ver esperma en la pantalla porque les pone el asesinato. A lo Aleister Crowley: “cada mañana asesino a un millar de bellos y perfectos hijos nonatos”. Cuando las Mujeres Lobo de las SS le obliguen a arrodillarse y a enseñarle el trasero otra vez a la lente en la cámara de los turistas cadetes espaciales, cuando le obliguen a limpiar el semen del suelo con su lengua, sin tragárselo, para con él y en su lengua, la de usted, dar lustre a sus botas, a las de ellas, piense
            usted
            en si se puede estar más solo. Llore, si le apetece. Al cliente le satisfará. 

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