martes, 15 de enero de 2013

Lo comprendo y deseo continuar [diminuta historia de amor]

Lo comprendo y deseo continuar

[diminuta historia de amor]

por Colectivo juan de madre

              
          Juan descubrió a unos habitantes minúsculos que habitaban los conductos de la calefacción de su casa. Tenía 11 años y la mente clara, nunca creyó en la serie televisiva que aseguraba la existencia de tales seres. Pero los vio, e incluso intimó con uno de ellos. Se estaba masturbando cuando empezó el encuentro. Su breve pene erecto, desnudo, se mantenía firme con el contacto de la mano; cuando fijó los ojos en la rejilla del aire. Entre las sombras, tras la reja, lo observaba una mujer de diez centímetros de altura, aproximadamente como el tamaño de su pene en erección, pensó. Con el pijama por las rodillas y aún manoseándose el sexo se acercó al conducto de la calefacción, se arrodilló para ver mejor a aquella criatura. Advirtió que la pequeña mujer estaba desnuda, y que, como él, ella también tenía los genitales sin vello, y, además, se estaba tocando la vagina. “Me gusta tu polla”, dijo la mujer con una voz de ardilla. “Toda tuya”, dijo Juan. La desconocida salvó la reja de la calefacción, escaló por el muslo del niño, y se abrazó a su pene. Lo abarcaba en todo su perímetro, subiendo y bajando los brazos y lamiéndolo con su lengua de hámster. Ella, cada vez más excitada, jadeaba agudamente. Entonces trepó hasta colocarse sobre el pene, abrió sus piernas y empezó a introducirse el sexo de Juan por la vagina, que se dilató sin esfuerzo. El cuerpo de la mujer, que parecía elástico, perdió toda forma humana y adquirió la forma del pene, como un preservativo con extremidades y melena. Juan se corrió dentro de ella; era la primera vez que le pasaba, casi ni sabía lo que era el semen. El cráneo de la mujer se hinchó, lleno del líquido expulsado por Juan, los pequeños brazos y piernas quedaron colgando a lado y lado del pene, inertes. El niño retiró a la diminuta, lo hizo tirando de los pelos. Después olió dentro. Le resultó un aroma dulce. Introdujo el cadáver, que parecía un pellejo, entre las rejas de la calefacción. Unas horas más tarde, desde la cama, vio a muchas mujeres y hombres de diez centímetros llevarse con pena a su compañera muerta.    


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